Nunca se puede ocultar al corazón lo que han visto los ojos.

Antonio Hernández


lunes, 24 de marzo de 2014

À tout seigneur, tout honneur

En honor y recuerdo de nuestro imperecedero Antonio Machado que, el 22 de febrero de 1939, falleció en Collioure, víctima de la sinrazón de una guerra fratricida.

Setenta y cinco años han hecho ya, en los que varias generaciones hemos encontrado en su obra y en su vida un remanso de paz, como guía maestra en la que aprender de su verbo y de su bonhomía. En estos días en que se encabrita la chulería machista en este nuestro país, he repasado una vez más al eterno Machado concentrándome en sus amores. Debió de tener desde joven sus enamoramientos, pero no los conocemos,


Las maravillas de la vida
y del amor y del placer, 
cantaba en versos profundos
cuyo secreto era de él.
     
 Rubén Darío en su Oración por Antonio Machado.

       Dos son los que se conocen y se han estudiado con interés. En 2006 se publicó uno de los libros más completos sobre nuestro maestro, una investigación en profundidad, aunque sin muchas sorpresas: Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado. Un muy buen trabajo de Ian  Gibson, en cuyas 760 páginas queda reflejado el Antonio Machado más completo. Desde siempre se viene diciendo que la Historia de España más creíble y completa es obra de historiadores extranjeros, principalmente ingleses, y en este caso irlandés. Cierto es, pero la balanza está cambiando con la incorporación de los nuestros, tan firmes y profundos investigadores como aquellos.

      No es mi intención alejarme de Machado, pero tengo que destacar los trabajos de nuestro amigo asidonense Jesús Romero Valiente, Doctor en lenguas clásicas, escritor, pintor, escultor e investigador, con un excepcional blog, instatterminus.blogspot.com

y una obra publicada que es de carácter excepcional, como La Orden de Caballeros del Príncipe de Borgoña (De militia Principis Burgundi). Álvar Gómez de Ciudad Real, en 2003, y Medina Sidonia durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), en 2011, junto con otros libros de menos tamaño, pero idéntico interés.

     Los dos amores conocidos de Antonio Machado fueron Leonor y Pilar, su amada Guiomar, muy distantes en el tiempo y completamente diferentes en su desarrollo. El encuentro con Leonor se produce en 1907, cuando Antonio llega a Soria y se incorpora a su Instituto General y Técnico, como catedrático numerario de Lengua Francesa. Se conocen en las primeras pensiones donde se hospeda el nuevo profesor. La primera la visitaba Leonor por ser gestionada por una tía suya, y en la segunda vivía por ser la de sus padres. Machado pronto se prenda de la chiquilla, que en 1907 contaba con 13 años de edad.


     Cuando llega a la ciudad castellana, no acostumbrado a la vida de provincias, viniendo de Madrid, el profesor se siente perdido y desnortado por los caminos,


Yo caminaba cansado,

sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

     Rubén Darío lo presenta como "misterioso y silencioso", Ian Gibson se pregunta: ¿Pero como para un hombre tan tímido con las mujeres, quizás temeroso de ser rechazado, tratar de iniciar el noviazgo? Escribe un largo poema 'El tren', en el que inserta tres versos, que para la chiquilla son:

¡Y la niña que yo quiero,
ay, preferirá casarse
con un mocito barbero!

      Suficiente. Alguien ha manifestado que probablemente sí había un barberillo detrás de Leonor, pero esta lo tuvo claro, esos tres versos eran para ella y aceptó encantada la directa de su profesor. Antonio era un hombre bueno, respetuoso, que la trataba con delicada ternura, algo mayor, pero encantador a sus treinta y pocos años. Era la cara opuesta de su padre, Ceferino Izquierdo,  guardia civil, un hombre autoritario, de mal genio, que se embriagaba con frecuencia y que no respetaba esposa ni hijos. Ella, además, se conciliaba con la poesía, y a sus pies tenía a un maestro sin igual. 


     El encuentro con Leonor le da vida y en 1909 explota en su Pascua de Resurrección, próxima ya la unión de los amantes,


Mirad: el arco de la vida traza
el Iris sobre el campo que verdea.
Buscad vuestros amores, doncellitas,
donde brota la fuente de la piedra.
En donde el agua ríe y sueña y pasa
allí el romance del amor se cuenta.
¿No han de mirar un día, en vuestros brazos,
atónitos, el sol de primavera,
ojos que vienen a la luz cerrados,
y que al partirse de la vida ciegan?
¿No beberán un día en vuestros senos
los que mañana labrarán la tierra?
¡Oh, celebrad este domingo claro, 
madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas!
Gozad esta sonrisa de vuestra ruda madre.
Ya sus hermosos nidos habitan las cigüeñas,
y escriben en las torres sus blancos garabatos.
Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas.
Entre los robles muerden
los negros toros la menuda hierba,
y el pastor que apacienta los merinos
su pardo sayo en la montaña deja.

     Esperaron hasta que cumpliese ella 15 años, los mínimos para poder casarse, y el 30 de julio de 1909 se celebra la boda que muchos no entendieron, Antonio la llevaba 19 años.



    
 Imagen clásica del día de la boda. En ella se distingue la juventud de Leonor y su diferencia con la de su ya marido. Es curioso cómo cambian los gustos y costumbres: para un día tan feliz los novios se visten de riguroso luto, mas hoy en día las novias resplandecen con su blanca pureza.

      Como una premonición unos días antes estalla la Semana Trágica en Cataluña, suspendiéndose las comunicaciones con Barcelona. El plan de la nueva pareja era iniciar un viaje a ella para encontrarse con el hermano de Antonio, Manuel, pero tienen que suspenderlo por los acontecimientos, que se les ponen en contra. Viajan a Madrid, y se pasean  por el Norte.


     Pide y se le concede una beca para estudios de Filología Francesa, a partir del 1 de enero de 1911. La felicidad es completa, dejan Soria y marchan solos a París. Leonor no cabe en sí de gozo y Antonio ve un inmediato porvenir logrando su sueño, en un entorno ideal, como será París, y estudiando, no solo el objeto de su beca sino su ansiada filosofía. Comenta Gibson que no sabemos nada de Leonor, que se sepa nunca dijo nada, no escribió nada, y solo se sabe que fue feliz en tan poco tiempo que vivió, como él, un sueño deseado, pero no esperado.


     El 14 de julio de ese año, cuando se va a cumplir el primer aniversario, mientras Francia celebra jubilosa su Fiesta Nacional, Leonor tiene un vómito de sangre, primer anuncio de la tuberculosis que la llevará a la tumba en su Soria natal. Adiós sueños, adiós mundo feliz. Antonio se desvive, pero no puede hacer más que cuidarla y quererla intensamente. La lucha por la vida acaba el 1 de agosto de 1912 a las diez de la noche. La niña con dieciocho años, nacida en el castillo de Almenar, de los condes de Gómara, donde Bécquer situó La promesa, se fue y dejó a Antonio Machado marchito,


Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

La inmensidad en la soledad. ¿Por qué tenía que suceder?

Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón.
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos. 


     Antonio Machado huye de Soria, allí quedan los restos de su amada, Yo la amé como un sueño. Se marcha con el dolor de un presente incierto, y a saber. De Soria a por los alegres campos de Baeza, hasta 1919, y a Segovia, donde va a encontrar el otro amor conocido por nosotros, y nada que ver con el de su Leonor.

     Ella fue Pilar, que Antonio bautizó como Guiomar, nadie, que yo sepa, sabe por qué. Se encuentra este nombre de mujer entre los mozárabes de Córdoba en el siglo XI, en el Romancero castellano, y en Jorge Manrique, admirado por Machado, según José Luis Cano, quien casó con Guiomar Castañeda. Guiomar será la diosa de Antonio. 

      Pilar de Valderrama Alday y Martínez de la Pedrera, nacida el 27 de septiembre de 1889 en Madrid, no conocía personalmente a Machado, pero poeta ella, en aquella época se decía poetisa, se sabía de memoria los poemas de él, mientras olvidaba los suyos. Pilar se presenta en Segovia con una carta de unos amigos presentándola ante el maestro, y este, nada más verla, queda perdidamente enamorado de ella. Certero flechazo directo.

      Casada, con tres hijos, su marido con amante suicida, encuentra en su poeta el refugio que necesitaba, y él en ella la musa y compañera, tantos años buscada. Dúo perfecto, 



Tú me buscaste un día
-yo nunca a ti Guiomar,
y yo temblé al mirarme en el tardío
curioso espejo de mi soledad...

pero la felicidad nunca es completa, total. Llenan su vida con encuentros en Segovia y Madrid, existiendo entre ellos un amor que no es fácil comprenderlo. ¿Platónico?, no, es un enamoramiento mutuo no idealizado, una realidad tangible, pero como apunta Gibson la posición de Antonio frente a la diosa se parecía mucho a la del trovador medieval: amor cortés, sí, sexo, no. Difícil de entenderlo, ella en 1928 cuando se conocen tiene 39 años, él 53, y es ella quien pone las condiciones. Por su educación en una sociedad hermética, impenetrable, cerrada, con unas creencias firmes, que no admiten un reproche, todo quedaba reducido a una amistad sincera, un afecto limpio espiritual. O esto o nada. Antonio acepta, pensando quizás que el tiempo y el acercamiento ablandarían la férrea situación, cuando menos, anómala. Acepta: Con tal de verte, lo que sea, según ella misma en sus escritos revela.

     Guiomar. La diosa

En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.
Un ave insólita canta
en el almez, dulcemente,
junto al agua viva y santa,
toda sed y toda fuente.
En ese jardín, Guiomar,
el mutuo jardín que inventan
dos corazones al par,
se funden y complementan
nuestras horas. Los racimos
de un sueño -juntos estamos-
en limpia copa exprimimos,
y el doble cuento olvidamos.
(Uno: Mujer y varón,
aunque gacela y león,
llegan juntos a beber.
El otro: No puede ser
amor de tanta fortuna:
dos soledades en una,
ni aun de varón y mujer.) 

      Antonio tiene prisa por regresar a Madrid, la República ha triunfado, su familia está en la capital y su amada Guiomar le está esperando, ¿qué hace él en Segovia? Aprovecha sin pensárselo dos veces la oportunidad que le ofrece la creación en Madrid de tres Institutos. Sus credenciales son importantes y alcanza la titularidad en el Instituto Calderón de la Barca, Areneros.

      Siguen los amantes viéndose en sus refugios de la Moncloa, en el Jardín de la Fuente,  y en los cafés habituales. El aire se enrarece y Guiomar con su familia se refugian en Portugal. Estalla la guerra en 1936 y alejados el uno del otro comienza el destrozo de nuestro poeta. La madre, Ana Ruiz, tiene 82 años, Antonio se siente enfermo, ayudado por estamentos gubernamentales, salen de Madrid hacia Valencia, donde aguanta poco, lo llevan a Villa Amparo, en Rocafort, cada vez más lejos de Guiomar, de la que no sabe nada. Asiste al II Congreso Internacional de Escritores de la Cultura en Valencia. Allí le conoce el joven Octavio Paz, quien más tarde estudió a conciencia al hombre y a su obra.

      En 1951 Paz intervino en un homenaje a Antonio Machado en la Sorbonne, junto con Jean Cassou y la actriz María Casares. Entre otras afirmaciones: En los poemas de Machado el amor aparece casi siempre como nostalgia o recuerdo. El poeta sigue preso en la subjetividad: "la amada no acude a la cita; la amada es ausencia". El erotismo metafísico de Machado no tiene nada de platónico. Sus mujeres no son arquetipos sino seres de carne; mas su realidad es fantasmal: son presencias vacías. Quizás habría que matizar.


     El avance sigue, Valencia no es segura, se trasladan a Barcelona y de aquí, con prisas, a la frontera y en un viaje imposible pudieron llegar a Colliure. La pobre Ana, la madre, desvariaba: ¿cuándo llegamos a Sevilla?... El 22 de febrero murió Antonio. Parece que sus últimas palabras fueron Merci, madame; merci, madame... Tres días más tarde falleció doña Ana.



Don Antonio

El amor, el respeto, el triunfo de la igualdad..., Guiomar, Leonor...

Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras, 
hacia los montes azules
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!
      
      Los grandes escritores no solo tienen la virtud de sobrepasar el tiempo, sino de seguir latiendo en cada instante y arroparnos, en lo que nos dicen, con un inmenso abrazo de amistad.
Emilio Lledó

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Adiós,   Adéu,  Agur,  Adeus